El Monasterio
Publicado: el miércoles 23 de abril de 2014 | Por: Francisco
Cuento extraído del Epílogo del Tomo 3 de Metamanagement, de F. Kofman
Esta historia se refiere a un monasterio que pasaba por tiempos difíciles. Alguna vez floreciente, como resultado de olas de persecución antimonástica en los siglos XVII y XVIII, y el crecimiento del secularismo en el XIX, todas las casas de la orden habían cerrado y había sido diezmada al punto de que sólo quedaban cinco monjes en la casa original: el abad y otros cuatro, todo ellos mayores de 70 años. Claramente era una orden moribunda.
En el bosque que circundaba el monasterio, había una pequeña cabaña que el rabino de un pueblo cercano usaba ocasionalmente como ermita. A través de sus muchos años de plegaria y contemplación, los viejos monjes habían desarrollado algunos poderes psíquicos, así que siempre podían sentir que el rabino estaba en su ermita. “El rabino está en el bosque, el rabino están en el bosque otra vez” se susurraban el uno al otro. Mientras se presagiaba la muerte inminente de su orden, se le ocurrió al abad en una de esas ocasiones visitar el santuario y pedirle al rabino si podría ofrecerle algún consejo que salvara al monasterio.
El rabino dio la bienvenida al abad. Pero cuando este le explicó el propósito de su visita, el rabino sólo pudo comparecerse. “Sé como es”, exclamó. “El espíritu se ha retirado de la conciencia de la gente. Es igual en mi pueblo. Casi nadie viene ya a la sinagoga”. Entonces el viejo abad y el viejo rabino lloraron juntos. Luego leyeron partes de la Torá y hablaron calladamente de cosas profundas. Finalmente, llego el momento en el abad debía partir. Se abrazaron. “Ha sido hermoso encontrarnos después de todos estos años”, dijo el abad, “pero he fracasado en mi propósito de venir aquí. ¿No hay nada que puedas decirme, ningún consejo que puedas darme que me ayude a salvar mi orden agonizante?”.
“No, lo siento”, respondió el rabino. “No tengo ningún consejo para dar. Lo único que puede decirte es que uno de vosotros es el Mesías”.
Cuando el abad retornó al monasterio, los monjes se juntaron a su alrededor y le preguntaron qué había dicho el rabino.
“No pudo ayudar”, contesto el abad. “Simplemente lloramos y leímos la Torá juntos. Lo único que dijo, justo cuando me estaba yendo, fue algo críptico: que el Mesías era uno de nosotros. No sé que quiso decir con eso”.
En los días y semanas y meses siguientes, los viejos monjes reflexionaron sobre yeso y se preguntaron si las palabras del rabino podían tener algún significado. “¿El Mesías es uno de nosotros? ¿Estaba tal vez refiriéndose a uno de nosotros, los monjes que estamos aquí, en el monasterio? Si ese fuera el caso, ¿cuál de nosotros? ¿Supones tú que se refería al abad? Sí, seguramente. El había sido nuestro líder por más de una generación. Por otro lado, podría haberse estado refiriendo al hermano Tomás. Ciertamente el hermano Tomás es un hombre santo. Todos saben que Tomás es un ser luminoso. Con seguridad, el rabino no podría referirse al hermano Gabriel!. Gabriel se pone fastidioso a veces. Pero si uno lo piensa, aun cuando es una espina en las costillas de la gente, cuando analizas la situación, Gabriel está prácticamente siempre en lo correcto. A menudo muy en lo correcto. Tal vez el rabino sí se refería al hermano Gabriel. Pero no al hermano Felipe. Felipe es tan pasivo, un verdadero don Nadie. Pero en verdad, en forma casi misteriosa, Felipe tiene la cualidad de estar siempre donde se lo necesita. Como por arte de magia, aparece a tu lado. Tal vez Felipe sea el Mesías. Por supuesto, el rabino no se refería a mí. El no podría haberse referido a mí. Yo soy sólo una persona ordinaria. Aún así, suponiendo que él se refería a mí, entonces, ¿yo seré el Mesías? Oh Dios, no, no yo. Yo no podría significar tanto para Ti, ¿o sí podría …..?”.
Mientras reflexionaban de esta manera, los viejos monjes empezaron a tratarse con un respeto extraordinario, pensando en la lejana probabilidad de que alguno de ellos pudiera ser el Mesías. Y en la lejanísima probabilidad de que cada monje pudiera ser el Mesías, empezaron a tratarse a sí mismos con el mismo auto – respeto extraordinario.
Como el bosque en el que estaba situado el monasterio era hermoso, la gente iba ocasionalmente a visitar el lugar para almorzar al aire libre, para vagar por los senderos, incluso para entrar a veces a meditar en la decrépita capilla. Mientras lo hacían, sin siquiera tomar conciencia de ello, los visitantes experimentaban esa aura de respeto extraordinario que empezó a rodear a los cinco monjes y que parecía irradiar desde ellos e impregnar la atmósfera del lugar. Había algo extrañamente atrayente, casi irresistible en esa aura. Sin saber por qué, la gente empezó a volver al monasterio con más frecuencia, fuera para pasear, para descansar o para rezar. Empezaron a llevar a sus amigos para mostrarles ese lugar especial. Y sus amigos llevaron a sus amigos.
Ocurrió entonces que algunos de los jóvenes que iban a visitar al monasterio empezaron a conversar más y más con los ancianos monjes. Después de un tiempo, uno preguntó si podía unírseles. Luego otro. Y otro. Así, en unos pocos años el monasterio albergaba nuevamente a una orden floreciente y, gracias al regalo del rabino, se había convertido en un vibrante centro de luz y espiritualidad en la región.
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Este cuento nos muestra la importancia de ver en los demás y en nosotros mismos lo mejor de cada quien, y con eso en mente tratarnos unos a otros.
Si todos nos enfocamos más en lo positivo de las personas nos daremos cuenta de que todos somos seres valiosos aunque seamos diferentes.
Todos pueden llegar a ser más si les damos la oportunidad y crear ese círculo virtuoso que nos beneficie a todos.
Saludos!
Muy bueno gracias.